Cuotas de confianza

En el voluntariado como profesor de castellano, veo cada mañana de jueves que mis alumnas nigerianas y malienses de Son Roca cada día aprenden con más profundidad desde la correspondencia entre los sonidos y las letras, hasta elementos muy básicos de sintaxis y nuevas y hermosas palabras; desde las maneras de presentarse formalmente en público hasta la dignidad de hablar con la cabeza en alto y Imagenno en voz baja, “alto … como si hubiérais desayunado”- les digo yo para rebajar la tensión con una broma, sabiendo que quizás esa era la realidad de algunas de ellas, pero aun así dándoles la oportunidad de superarlo con humor y coraje- “Vamos a equivocarnos. No pasa nada si cometemeos errores. Mañana lo haremos mejor. Sólo así avanzaremos”.

Llevo impartiendo ya 7 clases en este barrio que de sólo verlo me remite a mi Habana querida, a mi Cuba querida, a los 15 mil mundos que dentro de este mundo aparecen en la “lista de espera” de Dios.

Detrás de cada una de estas estudiantes, de edad promedio 30 años y período medio de 5 años de residencia en España, hay historias impresionantes de tenacidad frente a las dificultades. Cada jueves están allí con sus bebés a contrapelo de no haber podido estudiar porque en casa no hay tiempo libre más allá de la crianza de la prole y la atención al marido, ni internet, ni recursos económicos para comprar materiales didácticos ni tampoco mucha cultura de estudio que contrarreste el resto de obstáculos.

La clase de castellano es para ellas al mismo tiempo: una obligación, porque necesitan dominar el idioma para acceder a puestos laborales de un mercado laboral feroz en tiempos de crisis (y donde aun sabiendo hablar y escribir, sus posibilidades de éxito son bastante bajas); es también la clase una oportunidad, porque son impartidas gratuitamente por profesionales de la enseñanza del idioma; pero también –esto es lo más interesante- la clase es un oasis de redención, un punto de silencio donde se acallan las tremendas demandas sociales que desde la primera hora de la mañana hasta la última hora del día se ciernen sobre estas mujeres y sus familias.

Las veo esforzándose por aprender, a contrapelo de todo eso, y no puedo hacer más que seguir adelante junto con ellas… codo con codo … paso a paso … porque cada letra nueva que pronuncian mejor o que escriben mejor, repercute tal vez no directamente  en un mejor futuro de ellas, de sus hijos e hijas, pero sí en algo muy importante que está justo antes de ese futuro real: la confianza de que es posible para todos y todas tener una vida mejor en este mundo, no importa de dónde vengas, cuál sea, tu sexo, color de piel, religión, o cuánto dinero esté a tu disposición usar para ser “feliz”.

No imagino un maestro que no tenga sensibilidad para verse a sí mismo como un repartidor de cuotas de confianza en un mundo para el que sus estudiantes las necesitarán, pero ¡¡¡muuuuuuuchooooooooo!!!